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Foto: Fifa.com |
La tarde de ayer nuevamente pudimos ver una
demostración de orgullo y de la tan mentada garra charrúa. Nuevamente, en la
tarde de ayer, apareció esa envidia no sé si tan sana por no poder jugar
nosotros, los peruanos, con esas ganas.
Luis Súarez, el muelón delantero uruguayo,
tan querido y admirado como aborrecido y repudiado entregó un partido (otro
más) formidable ante Inglaterra. Marcó dos goles a Inglaterra y puso nuevamente
en carrera a su selección que parecía iba a sacar pasajes, sí o sí, para
Montevideo la próxima semana. Al ‘Pistolero’ le podrán discutir su ética, pero
su rendimiento y efectividad son irrebatibles.
Sin duda alguna su capacidad futbolística
está apoyada en una más que buena técnica para jugar este deporte y en su
innegable velocidad, pero no es el tipo más técnico del mundo y tampoco es el
más veloz. Su principal fortaleza es el espíritu luchador que saca a la luz
cada vez que entra a la cancha. Lo hace en su club siempre y parece que no
pudiera dar más, pero llega a Brasil a jugar el Mundial con su selección y
supera sus propios límites de entrega. Acaba de ser operado hace pocas semanas,
el tipo hace su trabajo, pensando solo en romperla en el Mundial, y apenas está
apto físicamente, lo hace: LA
ROMPE.
Durante el partido vimos algo más, algo que
primero nos preocupó mucho y que después no hace sino admirar al protagonista:
Álvaro Pereira. El lateral-volante celeste quedó noqueado tras un choque
fortuito con un rival. El uruguayo fue a barrer y en el accionar de la jugada
recibió un rodillazo en la sien que hizo que en primera instancia pensemos lo
peor, pues quedó tendido como muerto. La atención médica, su recuperación y
saliendo de campo el doctor que pide su cambio. ¡Para qué! El grito de Pereira
fue claro: “¡NO!”. La insistencia del galeno seguro exponiendo con razón, pero
el jugador respondió con el corazón y los cojones: “¡¡NO!!”. El cambio no se
hizo, en la siguiente jugada barrió otra vez y acabó jugando el partido en gran
nivel.
¿Son marcianos? No. ¿Hacen algo muy
difícil? Tampoco. Solo le ponen ganas, ganas de ganar, ganas de destacar, ganas
de dejar todo por sus colores, ganas de ser héroes y ganas de demostrar que
juegan bien. Y creo que eso último es lo principal: les gusta JUGAR. Más que
nada en el mundo, lo que les gusta hacer es jugar y juegan para ganar. No para
gustar, no para ser queridos o admirados, no para divertirse, no para ganar
plata, no para ser el bacán del barrio y salir con la flaca rica. Todo eso
logran, pero como consecuencia y no porque fuera esa su finalidad.
¿Entenderemos eso por aquí alguna vez? Si
desde chibolos jugamos a no correr, a no cansarnos (porque eso “es para los
huevones”) difícilmente cambiaremos el chip. Y mucho más difícil será llegar al
Mundial porque nuestros vecinos ya instalaron ese programa en su disco duro.
Aprendamos a condenar al ocioso que no marca la salida, a carajear al lateral
que cree que cumplió al trepar y no regresa nunca, a castigar al ‘6’ irracional
que pega por las puras, a eliminar la costumbre de conducir de más la pelota.
Pero principalmente, aprendamos a cansarnos cada vez que jugamos. Así hacen
ellos, así debemos hacer nosotros y nos acabaran admirando porque, es verdad
esto, sí pisamos más pelota que ellos.
Diego del Rosario
@ElPelotero6
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